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Experiencias viajeros Recorriendo Kanazawa, prefectura de Ishikawa, con Eva Guerrero

Autora: Eva Guerrero
Biografía: Eva Guerrero es Historiadora del Arte y Archivera. En esta ocasión, viajamos con ella a Japón para descubrir sus favoritos del país y conocer los cinco lugares que la enamoraron.

 

Y para teletransporte el que siento al ver esta calle de Higashi Chaya en Kanazawa, pero comencemos por el principio.

Llegué a Kanazawa una mañana medio calurosa de verano, y digo medio porque venía de aguantar más de una semana de ola de calor, con temperaturas que superaron los cuarenta grados y una sensación térmica generalmente seis u ocho grados mayor debido a la humedad, así que esa mañana al salir por la grandiosa estación de Kanazawa corría una ligera brisa que me supo a gloria. Al fin y al cabo, estaba yendo hacia el norte en el mapa, y tenía el mar muy cerca.

 

Tsuzumi, la gran puerta de la estación, me saludó desde lo alto, impresionante, mucho más de lo que esperaba, y emprendí el camino hacia mi alojamiento. Estaba muy emocionada porque iba a ser mi primera vez en la ciudad, pero también mi primera vez en un ryokan, aun habiendo estado previamente en Japón. La casa tradicional donde se ubicaba estaba precisamente en el barrio de esta fotografía, Higashi Chaya, uno de los dos barrios de geishas de Kanazawa, que deslumbra por su impecable arquitectura oscura, de casas tradicionales, sus calles limpísimas y amplias y, sorprendentemente, por el bajo nivel de turismo que encontré.

 

Abrieron la puerta una anciana y su marido, que limpió las ruedas de la maleta, mientras saludaban e intentaban comunicarse a base de gestos y palabras sueltas, siempre sonrientes. Nos enseñaron la casa, nos hicieron sentir en un verdadero hogar, me maravillé con cada detalle de madera, con los tatami impolutos, con el yukata que me pondría para dormir, con los futones y el tokonoma de la habitación. Todo me era familiar, pero todo me era desconocido a la vez. Y aun así, quería vivir la ciudad, así que salí a recorrerla.

 

 

Kanazawa es famosa por su marisco y su pescado fresco, debido a su cercanía con el Mar de Japón, así que nos aventuramos en el gran mercado Omicho para comer allí mismo, entre ostras, anguilas y erizos de mar. La tarde transcurrió recorriendo templos apabullantes, parques inmensos, un castillo increíble y el barrio samurái de la ciudad. Me enamoré de Kanazawa. Me enamoré profundamente. Y cuando ya tenía mi corazón, comencé a recorrer Higashi Chaya.

Caía el sol y el suelo y la madera de las casas se teñía de un rojizo empolvado. Uno de esos atardeceres de fuego, que genera un ambiente mágico, de ensueño. La temperatura había caído y casi era necesario llevar manga larga, y apenas había turistas entre las calles del distrito. Me agaché varias veces a acariciar a los gatos de la zona, mi punto débil, supongo que todos tenemos uno, y fotografié cada esquina, cada detalle. Vimos a una geisha con una maiko (aprendiz) saliendo de una okiya (casa donde viven las maiko durante su formación y geishas), y cruzamos miradas un segundo mientras yo casi temblaba, porque siempre me impresionan, me dejan sin palabras. Y entonces, después de todo eso, hice esta foto de la calle principal con el atardecer rojizo a mis espaldas, sintiendo que todo estaba exactamente en el lugar que debía estar.

 

Esa noche, en el ryokan, cuando me tumbé en el futón, me sentí la persona más afortunada del mundo.

 

 

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