Blog Relato de viaje: “Nuestro primer aniversario de boda en Japón”
Para empezar, he de decir que Japón no fue donde pasamos nuestra luna de miel, sino nuestro primer aniversario de boda, si bien se convirtió en un viaje mucho más especial que el primero. Por mi parte, siempre había querido viajar a Japón: por su cultura y por el lado más friki. De hecho, hace tiempo estuve a punto de irme a estudiar becado a Tokio, pero al final no di el paso. Pero en cambio, Alberto, mi pareja, nunca se había planteado ir allí. Por eso no fue nuestro destino en nuestra luna de miel.
Sin embargo, fue gracias a una historia que me emociona especialmente (la del perrito Hachiko narrada en la película “Siempre a tu Lado”) lo finalmente hizo que decidiéramos, poco después de casarnos, que Japón sería donde celebraríamos nuestro primer aniversario. Tras ver la película, y como entusiastas y amantes de los perros que somos, teníamos claro que había llegado el momento de conocer Shibuya en particular y Japón en general.
Septiembre de 2013 fueron el año y el mes elegidos para nuestro viaje, por un lado, porque coincidía con nuestro aniversario y, por otro, porque es el final de la temporada de tifones en Japón. Si teníamos suerte no sufriríamos ni húmedo calor veraniego ni demasiadas lluvias… ¡y así fue! Pudimos disfrutar de dos semanas de viaje con un tiempo envidiable.
Cuando te enfrentas a tu primer viaje a Japón es normal tener cierto respeto a si sabrás hacerte entender, si te ubicarás bien o acabarás perdido en las calles o el metro de Tokio… así que para hacerlo todavía más interesante (o “temerario”) decidimos subir la apuesta y alquilar un coche para movernos entre las distintas ciudades que visitaríamos. ¡Añadimos pues circulación por la izquierda y señalización japonesa a la dificultad base!
Afortunadamente, una vez llegas allí enseguida te das cuenta de dos cosas: la primera, que los carteles y señalizaciones más importantes están escritos también en inglés salvo en las zonas más rurales, y la segunda, ¡que los japoneses siempre van a estar dispuestos a ayudarte! Así fue que recién llegados a Tokio varios transeúntes nos ayudaron a aclararnos con el metro, direcciones… El idioma no era una barrera insalvable, y con muchos estudiantes e incluso con varios ancianos, pudimos conversar en inglés y hasta visitar juntos algunos lugares. La amabilidad japonesa fue por tanto lo primero que nos impactó de su cultura.
Pudimos, por tanto, pasar sin mayor dificultad nuestro primer día en Tokio conociendo el templo Zojo-ji (ritual budista incluido) y la Tokyo Tower y sus estupendas vistas nocturnas, comenzando a ser conscientes de cómo conviven en Japón tradición y modernidad; puedes pasar del bullicio de una metrópolis como Tokio a la paz que rodea un templo o santuario tan pronto giras una esquina. Así que a la mañana siguiente estábamos listos para coger la carretera y salir hacia Nikko y sus impresionantes templos en medio de un bello enclave natural. Un lugar que nos enamoró aún más si cabe tras pasar la noche en un onsen y descubrir el milagro de los baños termales japoneses. Nada mejor para relajarse tras las intensas jornadas diarias de exploración.
Desde ahí fue todo un viaje sin poder cerrar la boca de asombro: conocer Yamagata y el templo de Yamadera en lo alto de la montaña, cuyas arrebatadoras vistas hacen que subir esos más de mil escalones merezca totalmente la pena. Visitar el parque natural de Jigokudani y los macacos que lo pueblan que, aunque en esa época no hacía el frío suficiente como para que necesitaran bajar a calentarse en las piscinas termales, sí vinieron a decenas a correr por las termas un rato, conocer turistas… y ver si sacaban algo de ellos (¡a nosotros al menos nos hurgaron la bolsa de la cámara como carteristas profesionales en cuanto nos despistamos!).
Pasear de noche por el jardín del iluminado castillo de Matsumoto y recorrer los puestos callejeros cercanos. Pasar un par de días conociendo la arrebatadora Kioto y todo lo que tiene para ofrecer: el barrio de las geishas (tour cultural incluido), el bosque de bambú, el Kinkaku-ji (Pabellón de oro) o las impresionantes vistas de la ciudad desde el templo Kiyomizu-dera.
Aquí hay que hacer un alto en algo que nos enamoró especialmente, y es el Santuario Fushimi Inari, sin duda, uno de nuestros imprescindibles de Japón. Merece muchísimo la pena subirlo hasta el final, por cansado que sea, atravesando sus innumerables torii anaranjados y contemplar Kioto desde lo alto. Y si ya estábamos con los niveles de estupefacción hasta arriba, llegamos a la increíble Nara. Absolutamente recomendable pasar un día allí dando un paseo en bici entre los ciervos, sentarte a descansar un rato con ellos, y asombrarte con el gigantesco Buda del templo Todai-ji… Eso sí, no intentéis atravesar el pilar agujereado del templo si no tenéis la envergadura de un niño de diez años. Avisados quedáis.
Desde allí nos dispusimos a disfrutar de un día tranquilo en el enorme acuario de Osaka con algún masaje para reactivar los fatigados cuerpos (¡poco imaginábamos lo que iba a doler!), y de nuevo carretera y manta (si bien en viajes posteriores descubrimos que Osaka tiene también otros encantos que ofrecer, sobre todo por su ambiente nocturno) para llegar a las laderas del monte Fuji.
Ante semejante paisaje imponente celebramos finalmente nuestro aniversario, en un entorno que fue sin duda, y como correspondía a la ocasión, el punto romántico del viaje. Un hotel con onsen exterior y vistas al sagrado Fuji y una cena de auténtica impresión.
¿No he hablado aún de cuánto nos enamoró la cocina japonesa, muy especialmente el ramen y el curry japonés (que nada tiene que ver con el de otros países)? Aquella noche tocaban otros platos más “elaborados” para los estándares japoneses (el curry y el ramen se consideran más “comidas de diario”, pero son una verdadera delicia que acabamos consumiendo casi a diario), pero igualmente para hacernos la boca agua. No se me ocurre mejor forma de haber celebrado nuestro primer año juntos, desde luego, y dejó pequeña lo que había sido la luna de miel.
Tras un día de emociones fuertes en el parque de atracciones Fuji-Q (no hay palabras para describir lo que se siente subiendo lentamente la rampa de una de las montañas rusas más altas del mundo con el monte Fuji al lado), visita al “hospital del terror” incluida (ahí tengo que reconocer que yo no pude reunir el coraje suficiente y dejé sólo a mi chico… ¡o más bien en las manos de unas valientes colegialas de secundaria que le arroparon y acompañaron!), llegaba la hora de volver a Tokio y a los últimos tres días de nuestro viaje.
Entonces conocimos más a fondo la que se convirtió por derecho propio en mi ciudad favorita, y no sólo de Japón. El cautivador ambiente del templo de Senso-ji en Asakusa y la calle de puestos de Nakamise que va desde la puerta de Kaminarimon hasta llegar al propio templo (el lugar ideal para comprar esos necesarios recuerdos del viaje), el enorme parque Ueno, el palacio imperial, la vida nocturna de Shinjuku, la genial Akihabara (sobre todo para dos frikis compradores compulsivos como nosotros), la isla artificial de Odaiba y sus vistas de la bahía iluminada de noche desde la noria… y finalmente la estación de Shibuya, el origen de la idea del viaje, donde rendimos debido homenaje a la estatua de Hachiko, imagen del perro fiel.
Japón hizo que nos replanteáramos muchas cosas, desde nuestros intereses culturales (finalmente me decidí hace un par de años a empezar a aprender el idioma), hasta nuestra misma forma de ver el mundo en algunos sentidos. Tanto es así que ya hemos viajado a Japón tres veces más, tanto con amigos como los dos solos, y siempre tenemos mil y un sitios más para descubrir: Hiroshima y Miyajima, el castillo de Himeji, Kanazawa, Takayama y la aldea de Shirakawa-go, Hakone, el monte Koya-san, la ruta de Kumano Kodo… ubicaciones increíbles, en los que de verdad sentir que estás en un lugar irrepetible donde desconectar de todo, relajarte, y apartar los problemas de la vida diaria.
Nuestro quinto viaje a Japón el pasado mes de marzo se vio frustrado por “ya-sabemos-qué”, pero los dos lo tenemos claro una cosa: volveremos tan pronto como estas circunstancias lo permitan, y una vez estemos allí cerraremos los ojos un momento para saborear los aromas y sonidos de Tokio y sabremos entonces que, por fin, todo ha pasado y estamos de nuevo en esa tierra exótica que tanto nos enamoró.